La Cristina presenta una obra, que ha escrit i dirigeix, al teatre Gaudí, molt a prop de l'institut. És una obra
divertida i al mateix temps compromesa amb el sentit de les nostres vides en el
present. Segur que us agrada, i també als vostres pares o germans grans, que us
poden acompanyar. Es representa els diumenges a la 8 de la tarda, fins al 13 de gener. I en Atrápalo
venen les entrades a meitat de preu.
LA NOSTRA CHAMPIONS PARTICULAR.
Escrita y dirigida por Cristina Clemente.
Actores: Alícia Puertas y Joan Negrié.
Teatre Gaudí.
Sant Antoni Maria Claret, 120. Barcelona
Antes de que los actores empezaran a intercambiar sus réplicas a un ritmo magnífico,
que casi se podía seguir con el pie, como si fuera música, antes de ese instante
tal vez resonara en la sala el eco de unos lejanos aplausos. No diré que cuando
se abrió el telón, porque los teatros actuales no tienen telón, ni escenario
elevado, ni decorados a pincel, pero cuando se encendieron las luces sobre los
actores, en ese mismo instante parecía que sobre ellos acababa de caer otro telón.
Las obras clásicas del barroco acababan siempre con la culminación del amor: el
beso de la pareja recién unida. Su conflicto consistía en superar las trabas
que la familia, los celos o la sociedad le ponían siempre al amor. Pero cuando
el público aplaudía al final, los dos enamorados, la dama y el caballero,
superaras todas las adversidades, acababan la última escena siempre una en
brazos del otro. Y telón. En ese preciso instante arranca la obra de Cristina Clemente, La nostra champions particular.
No es esta la única
relación que existe entre la obra de Cristina y el teatro barroco. La
dramaturgia la recuerda constantemente. Lope de Vega había dicho que para
representar una obra solo se requerían cuatro tableros, dos actores y una
pasión. Cristina no ha necesitado nada más, tampoco. En el barroco, como los
corrales de comedias no contaban con demasiados medios, recurrían al infalible
truco del simbolismo. Sacaban una maceta con una planta: la acción ocurría en
el bosque. Esta es también la espléndida idea que ha tenido Cristina para
representar su obra: nace un niño, saca un cochecito de juguete a escena.
Compran un piso nuevo, saca un sillón de juguete a escena. Los símbolos son aún
más eficaces que los decorados.
El planteamiento de la
obra es diáfano: una pareja se plantea si ha de tener o no un hijo. No sabemos
nada de cómo se conocieron, cuándo se enamoraron o si les costó mucho superar
las barreras que la sociedad siempre coloca a quienes quieren ser felices.
Tampoco importa. La obra de Cristina empieza cuando sobre las otras obras, las
que acaban con un beso de final feliz, cae el telón. Aina y Bernat, los dos
personajes, se quieren y son felices, pero un buen día deciden tener un hijo. Y
después otros dos. En este momento empieza lo que las obras clásicas no
muestran: su champions particular. La
dama poniendo lavadora tras lavadora y el caballero con el biberón en una mano
y una sartén en la otra. La pieza se convierte en una cascada de situaciones,
divertidas y punzantes, que levanta poco a poco un espejo frente al que los
espectadores acaban reflejados. El cristal de ese espejo lo fabrica Cristina con
su extraordinario dominio de la lengua
coloquial. La magia consiste en conseguir que sea el público el que se escuche
a sí mismo hablar en escena. Cuando los recursos técnicos han cumplido su
papel, y la gente sonríe y ríe tan a gusto como si estuviera en casa y no en un
teatro, es el momento en el que una obra se la juega. Es el momento en el que
el espectador se pregunta qué sentido tienen estas escenas que está viendo y estas
sonrisas que comparte con los actores, ¿solo son juegos de palabras o hay algo
más?
La autora, Cristina
Clemente, enfrenta a los espectadores a una de las cuestiones centrales de la
sensibilidad contemporánea. Se sigue pensando el amor como un proceso que
culmina en el primer beso, y sin embargo, el verdadero conflicto que anida en
el sentimiento amoroso, en nuestros días, solo empieza después, cuando llega el
primer hijo, la vejez de los padres, las crisis económicas, la educación de los
hijos y el deterioro que la edad impone. Jaime Gil de Biedma escribió en un
poema memorable que «envejecer, morir, / es el único argumento de la obra» que
es la vida de cada uno. Y ese es precisamente el dedo en la llaga del tema que
aborda La nostra champions particular.
¿Qué hacemos con la idea sublime del amor mientras cambiamos pañales, a
nuestros hijos, a nuestros padres? ¿Qué hacemos con el sentido profundo de la
vida en esta aceleración constante y desnaturalizada que es la vida urbana?
Cristina parece citar,
al final de su obra, a Jorge Manrique, que en el siglo XV ya había escrito: «assí
que cuando morimos, / descansamos». Acaso vivamos una época no muy diferente a
las tribulaciones que oscurecieron aquel siglo de transición. Acaso también
Aina y Bernat sean personajes de transición y estén clamando por una nueva
época con valores más próximos a la vida que se vive hoy. Situar su cronología
en el futuro inmediato es otro gran acierto de la autora. Aina y Bernat han
vivido su vida y la experiencia de su amor —admirables— completamente ajenos al
sentido que tenían, pero nos lo han contado en escena. Y a los espectadores nos
toca ahora, como ocurre siempre con las obras que llegan, hacer los deberes en
casa: cómo se funda un nuevo sentido sublime del amor que no culmine con el
primer beso, sino, acaso, solo con el postrero. Y que el viaje sea también la
meta. / JAC

